viernes, 26 de junio de 2009

0-2: España pierde el estilo.




Nos confiamos, primer error. El segundo error fue táctico, filosóficamente táctico. No fuimos fieles al estilo que nos hizo campeones de Europa. Tan simple. Y esa traición se desmenuza luego en diversos episodios que nos condenaron por separado y en conjunto. Destaco uno: Del Bosque, en un momento crucial del partido, equivocó el primer cambio. Y aquello no fue una nimiedad, aunque ahora parezca una ola en un océano. Resultó fundamental porque el equipo perdía 1-0, faltaban 23 minutos y había que definirse. En ese instante, con el rival acorralado por primera vez, tocó decidir despacio o deprisa, la pelota o las bandas. Y entonces elegimos extremos y centellas, justo lo que no somos. Cazorla por Cesc.


Me detendré, si me lo permiten, en ese punto del partido. Después de una primera parte de aturdimiento por el gol de Altidore, España había conseguido encadenar varias ocasiones de gol. Hasta cinco oportunidades claras con la posibilidad de un penalti a Xavi. A esa hora el gol parecía una mera cuestión de tiempo e introducir un cambio no tenía otro objeto que acelerar los plazos, adelantar el primer tanto para no retrasar el segundo.


Sin embargo, algo fallaba en el balance general del juego. La ausencia de gol no es una enfermedad, es un síntoma. Y España, desde el inicio, sufría problemas de circulación. La presión de los americanos quebró varias líneas. Primero la de toque: Xavi, Xabi y Cesc, minoría entre un ejército de centrocampistas, apenas lograban mover la pelota. Luego la de pase: Torres y Villa recibían pocos balones y en inferioridad.


De un plumazo habíamos olvidado varias lecciones fundamentales. A saber. El tiqui-taca procede de una concentración de talentos en el centro del campo (los bajitos) capaces de abrir puertas en un muro a base de tocar y tocar. Y el éxito de ese sistema no se mide sólo por el ingenio, sino por la cantidad de genios. Tres mejor que dos y cuatro mejor que tres.


Lo descubrimos en la Eurocopa cuando Villa se lesionó en semifinales. El equipo crecía con un delantero menos y un centrocampista más. Ganaba fútbol, posesión, veneno. Sólo entonces descubrimos la invasión dinámica. Lo anterior lo ha decorado nuestra memoria.


Ayer Torres y Villa volvieron a molestarse en la delantera. No combinan. Y al mismo tiempo el mediocampo se debatió entre el estilo reposado de Xavi y el impulso británico de Xabi y Cesc. Pero hasta con eso nos bastaba para imponernos. El problema es que Del Bosque, consciente de la necesidad de un cambio, quiso evitar el gesto de sentar a un delantero y retiró a un centrocampista.


El efecto fue inmediato. Cazorla taponó las subidas de Ramos, que se prodigaba, y sin Cesc el mediocampo perdió la presencia que tanto le había costado ganar. Los estadounidenses tardaron cinco minutos en marcar el gol de la sentencia, obra compartida de Dempsey y Ramos.


España, irreconocible, murió bombeando balones, con Piqué de ariete, disfrazada de otro y anulada por un central y un portero. El consuelo es que no somos así; la rabia es que el miércoles lo fuimos.






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