Vaya cambio. De ver a Roger Federer llorando en Australia a verlo sonriendo en Madrid… hay un cambio muy fuerte y del que nos alegramos porque gana el tenis y gana el deporte en general. Lo mejor de todo es que Rafa Nadal siempre sonríe, y nos transmite una fuerza y una confianza que hace que incluso en las derrotas seamos positivos. Y es que, si no disfrutamos el momento actual de nuestro número uno del mundo seríamos unos insensatos…
Roger Federer puso ayer el punto final a una racha de 33 victorias consecutivas del rey de la tierra en la final del Mutua Madrileña Madrid Open. El suizo sale de territorio Nadal henchido. Con media sonrisa intrigante a una semana de comenzar Roland Garros. Ese torneo en el que el número uno busca la eternidad del récord de cinco títulos consecutivos (Borg tiene seis, pero alternos: dos y cuatro) y el perfecto suizo sumar su nombre a la lista de los cinco tenistas que alguna vez ganaron los cuatro grandes: Don Budge, Fred Perry, Rod Laver, Roy Emerson y Andre Agassi. Parte de esa gloria, para uno y para otro, pudo estar jugándose ayer en la final de Madrid, aunque a los 650 metros de la capital de España y no a los 33 de París, donde Nadal envenena las bolas.
Era el vigésimo encuentro entre dos colosos que han construido una rivalidad de época que vivió su clímax en el pasado Abierto de Australia, con Federer llorando ("esto me está matando", masculló). Ahora, el balance queda en 13-7 para Rafa, 11-5 en finales, 9-2 en tierra, mas la esperada final no tuvo el brío ni la épica de muchas de las anteriores.
Las cuatro horas y tres minutos de batalla de la semifinal contra Djokovic parecieron dejar sin chispa al mallorquín, que sólo dio batalla real al principio con el esquema claro de atacar el delicado revés del suizo, que sumaba muchos errores no forzados. Sin embargo, el top-spin no tomaba esa parábola habitual que hacía restar a Federer por encima del hombro. Ese efecto angustioso que cargaba de presión cada golpe.
En el segundo juego, llegó la primera bola de break de Rafa ante un coliseo de 12.500 personas rendidas. No la cerró. Con 3-2, la segunda. Tampoco. El número dos, sin embargo, aprovechó el único resquicio, la única bola de ruptura que ofreció Rafa, para irse al 5-4 y cerrar sacando.
Ya daba la sensación de que Federer, que disputaba a sus 27 años la final 80 de su carrera y no ganaba un título desde octubre pasado en lo que era su peor arranque desde el año 2000, tenía más control. De que sus bolas lamían más y mejor las líneas. Y, por el contrario, el cuádruple campeón de Roland Garros no conseguía prolongar los puntos, no encontraba forma de variar la altura de sus golpes como en tantas de las otras historias que habían escrito juntos. Federer, que se convirtió en el primer jugador en ganar dos veces el Madrid Open, arrebató el servicio al ídolo en el quinto juego de la segunda manga (3-2) tras una derecha larga, otra más, de Nadal. Sacaba rozando los 220 km/h, se mostraba rápido. Incluso, se iba a la red. Aún así, el que nunca se rinde intentó lo imposible y dispuso de dos bolas para igualar a cinco: revés paralelo fuera y revés cruzado también. Llegó la primera bola de partido para el de Basilea y se suicidó subiendo a la red. En la segunda, no: ace a 218 km/h y aviso para París. Con el índice haciendo la señal de número uno.
Roger Federer puso ayer el punto final a una racha de 33 victorias consecutivas del rey de la tierra en la final del Mutua Madrileña Madrid Open. El suizo sale de territorio Nadal henchido. Con media sonrisa intrigante a una semana de comenzar Roland Garros. Ese torneo en el que el número uno busca la eternidad del récord de cinco títulos consecutivos (Borg tiene seis, pero alternos: dos y cuatro) y el perfecto suizo sumar su nombre a la lista de los cinco tenistas que alguna vez ganaron los cuatro grandes: Don Budge, Fred Perry, Rod Laver, Roy Emerson y Andre Agassi. Parte de esa gloria, para uno y para otro, pudo estar jugándose ayer en la final de Madrid, aunque a los 650 metros de la capital de España y no a los 33 de París, donde Nadal envenena las bolas.
Era el vigésimo encuentro entre dos colosos que han construido una rivalidad de época que vivió su clímax en el pasado Abierto de Australia, con Federer llorando ("esto me está matando", masculló). Ahora, el balance queda en 13-7 para Rafa, 11-5 en finales, 9-2 en tierra, mas la esperada final no tuvo el brío ni la épica de muchas de las anteriores.
Las cuatro horas y tres minutos de batalla de la semifinal contra Djokovic parecieron dejar sin chispa al mallorquín, que sólo dio batalla real al principio con el esquema claro de atacar el delicado revés del suizo, que sumaba muchos errores no forzados. Sin embargo, el top-spin no tomaba esa parábola habitual que hacía restar a Federer por encima del hombro. Ese efecto angustioso que cargaba de presión cada golpe.
En el segundo juego, llegó la primera bola de break de Rafa ante un coliseo de 12.500 personas rendidas. No la cerró. Con 3-2, la segunda. Tampoco. El número dos, sin embargo, aprovechó el único resquicio, la única bola de ruptura que ofreció Rafa, para irse al 5-4 y cerrar sacando.
Ya daba la sensación de que Federer, que disputaba a sus 27 años la final 80 de su carrera y no ganaba un título desde octubre pasado en lo que era su peor arranque desde el año 2000, tenía más control. De que sus bolas lamían más y mejor las líneas. Y, por el contrario, el cuádruple campeón de Roland Garros no conseguía prolongar los puntos, no encontraba forma de variar la altura de sus golpes como en tantas de las otras historias que habían escrito juntos. Federer, que se convirtió en el primer jugador en ganar dos veces el Madrid Open, arrebató el servicio al ídolo en el quinto juego de la segunda manga (3-2) tras una derecha larga, otra más, de Nadal. Sacaba rozando los 220 km/h, se mostraba rápido. Incluso, se iba a la red. Aún así, el que nunca se rinde intentó lo imposible y dispuso de dos bolas para igualar a cinco: revés paralelo fuera y revés cruzado también. Llegó la primera bola de partido para el de Basilea y se suicidó subiendo a la red. En la segunda, no: ace a 218 km/h y aviso para París. Con el índice haciendo la señal de número uno.
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