Y de repente encajó todo. De pronto fuimos nosotros, los de hace de dos años, los que desearemos ser siempre. Es como si esta Selección, la campeona de Europa, no se hubiera preparado para otro Mundial que aquel que empezaba en octavos, ayer, ahora. Y para recordarnos lo azaroso del fútbol, tuvo que revelarse un jugador inimaginable. En cada Mundial surge uno. Quizá Fernando Llorente, sin un minuto hasta anoche, sea la sorpresa de este campeonato. Sería otra buena paradoja. El equipo de los bajitos coronado por un delantero altísimo, tan apuesto y elegante que parece un prototipo, pero tan perspicaz como el resto. Porque eso nos distingue. Nadie desentona. En este equipo hasta el trabajo sucio se hace con sombrero de copa.
Y volvió Xavi. Regresó de los acantilados de la mediapunta, donde la portería queda a la espalda y cada balón se acompaña de una coz. Juro que fue verle aparecer por el centro del campo (trotando, silbando) y pensar que nada malo nos podía ocurrir. Como sucede con los seres queridos que vuelven no le preguntaré dónde estuvo ni con quién. Bienvenido a casa. Bienvenidos los pases que resuelven problemas, los toques que burlan sabuesos.
Insisto: ya éramos diferentes antes de empezar. Y lo confirmamos al rodar el balón. No se había cumplido el primer minuto cuando Torres disparó desde el pico del área en busca de la escuadra. Allí fue el balón y allí lo esperó Eduardo, un portero extraordinario al que aguardaba una noche de sobresaltos. A los dos minutos le volvió a probar Villa, que repitió a los seis. Luego perseveró Torres. Hablo de tiros a puerta, de ocasiones, de rival contra las cuerdas. Hablo de velocidad en la circulación, de mirada del tigre, de Xavi a los mandos.
El rival. Portugal tardó un cuarto de hora en estirarse y cuando lo hizo comprobamos su medida: corta. Gran portero, magníficos centrales, pujante lateral izquierdo y después un vacío que no llena Cristiano. Quien pretende ser el mejor futbolista del mundo debe exigirse más, debe conectarse con el equipo, rescatarlo si es posible y empujarlo siempre. Cristiano sólo atendió a lo suyo y cuando lo suyo fue poca cosa, dejó de atender. Del partido sólo se le recordará por un durísimo lanzamiento de falta que hizo que el balón llegara a Casillas convertido en trucha.
Con todo, el esquema de quien defi ende está beneficiado por contragolpes que nacen de la pura inercia, basta un robo para que salte el muelle. Así se presentó Portugal en la portería de España, primero con un tiro de Tiago y después con cabezazos de Almeida y del propio Tiago. Un escalofrío nos recorrió la espalda, la gélida memoria de nuestros antepasados.
Y el escalofrío no amainó en la reanudación. Fue entonces cuando Almeida ganó su única batalla a Piqué y su avieso disparo rebotó en Puyol para luego perderse junto a un palo. Hubiera entrado contra Suiza, pero allí nos dejamos el mal fario. Muy a tiempo. Y muy saludable porque el incidente provocó la reacción y la coincidencia.
Del Bosque. Consciente de que nos faltaba algo, el seleccionador dio entrada a Llorente por Torres, fundido desde hacía minutos. Estas son las intuiciones que hacen de Del Bosque un entrenador especial y los madridistas mejor que nadie recordarán unas cuantas: la reubicación de McManaman en Old Trafford, los tres centrales de la Octava... Muestras de ingenio que otros hubieran convertido en medallas y que Del Bosque anota a los muchachos.
El efecto Llorente fue inmediato. El primer balón que tocó fue un cabezazo con el que Eduardo alcanzó la mención honorífica. Los implacables centrales ya no lo parecíantanto y sin su infl uencia Portugal encoge. En esa posición estaba el rival cuando España no tuvo otra ocurrencia que jugar al tiqui-taca en la frontal del área portuguesa, bajo el fuego de morteros, entre una lluvia de metralla. Infernal. Delicioso, quiero decir. Tocaron Iniesta, Llorente, Iniesta otra vez y Xavi abrió de espaldas para Villa.
Hasta aquí la poesía y desde aquí el Guaje. Su primer disparo con la zurda lo repelió Eduardo, que ya no tuvo respuesta para el segundo, golpeado con la derecha, aunque pudo ser impulsado con la oreja o con el accesorio que prefi eran. Gol de asesino, de obseso, de genio.
Portugal pasó a ser entonces la pobre Portugal y España la gran España. Quedó muy mal Queiroz, sin plan B, y se amplifi có nuestra Selección hasta el punto de señalarse como candidata para el título. Nos pueden discutir el empate a cero, pero cuando estamos por delante les acariciamos con el capote. Y en ese mundo ideal Llorente encaja como una pieza a medida. Bienvenidos todos. Hemos vuelto. Cuando tocaba.